Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
Así, es claro para mí que no es el Estado el que puede cambiar a la sociedad, sino por el contrario, la sociedad la que debe cambiar al Estado: no solo su administración y sus funcionarios sino su estructura y su lógica. Pero para ello, la sociedad misma debe hacerse otra, y solo de la iniciativa social no estatal podrá salir esa sociedad nueva cuyo fundamento sea la semilla moral que hay en todos y la insatisfacción y el hastío que ya siente la sociedad entera.
William Ospina. ¿Dónde está la franja amarilla?
María José tiene miedo y 55 años, tres años más que la edad del conflicto más largo del continente americano. Por ese miedo, ella me pide que le cambie el nombre y que no grabe. El domingo 2 de octubre esta mujer no fue a votar porque prefirió atender su negocio de víveres en la terminal de buses de Ipiales, sureña ciudad del departamento de Nariño.
Afuera del local de María José, René se acaba de enterar, un día después del plebiscito, de que ganó el No con un apretado margen de apenas unos 55 000 votos. Él no pudo votar pues reside en Ecuador hace seis años y tiene antecedentes legales por una vieja demanda de pensión familiar con su exesposa. Para votar en Ecuador él tendría que volver primero a su país y hacer una serie de trámites en Cartago, en el departamento de Valle, es decir a casi 40 horas de viaje por tierra. Como no tiene ni el tiempo ni el dinero para embarcarse en ese trajín, René no vota. Esta vez, él viaja para visitar a su familia, no para votar. Él es parte de los 20 000 colombianos registrados en Ecuador como votantes. De ellos, solo el 11,64% acudió a las urnas. Es decir, poco menos de 2 500. María José, en cambio, pertenece al 52,57% de ciudadanos que se abstuvieron de votar en tierras colombianas. Los dos pertenecen a una mayoría que no puede decidir los destinos de su país.
Ausentismo fuera de Colombia
Según el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, son 4,7 millones de colombianos los que residen fuera de su país. De ellos, solo votaron 599 026 ciudadanos. La mayoría prefirió el silencio.
Que haya abstención en Ecuador, en Argentina o en EEUU no es lo mismo a que en Colombia haya abstención. En Colombia, el voto no es obligatorio, pero, además, este país latinoamericano ha vivido sumido en un conflicto sin parangón en la región desde principios del siglo XX. La guerra interna, la emergencia de grupos armados, de paramilitares, de bandas criminales y delincuencia derivada de los enfrentamientos, un Estado inoperante absolutamente desvinculado de su pueblo, el narcotráfico y otros tantos fenómenos ligados con la corrupción configuran un conflicto que hace de esta nación una de las más incomprensibles del planeta.
Durante el proceso de votaciones del pasado 2 de octubre, la ausencia significativa de votantes no varió mucho en comparación con los procesos anteriores. Por ejemplo, en España, de las casi 86 000 personas que estaban habilitadas electoralmente, solo 7 126 asistieron a las urnas. De ellos, el 68,63% votó por el Sí frente al 31,36% del No.
Ecuador es el noveno país en el mundo con mayor índice de abstención y –aparente paradoja– es el que más ciudadanos de ese país acoge en calidad de refugiados, en su mayoría víctimas del conflicto.
Los datos oficiales del gobierno de Colombia ubican a Líbano, con el 93,77%, en el primer lugar de países donde los colombianos residentes no fueron a votar en sus respectivos consulados. Luego vienen Israel (91,98%), Italia (91,77%), Venezuela (91,73%), España (91,66%), Cuba 90,95%, Egipto (88,88%) y Rusia (88,81%). Curioso resulta que cuatro de estos países (Venezuela, España, Ecuador e Italia) estén entre los diez que más colombianos reciben en el mundo en calidad de refugiados o inmigrantes.
Diario El Tiempo publicó las cifras de colombianos registrados en algunos otros países: Los que contaban con más votantes eran Estados Unidos (191.606), Venezuela (188.352), España (85.658), Ecuador (23.212), Canadá (17.355), Panamá (11.757), Inglaterra (9.177), Costa Rica (7.700), Francia (7.110) y Argentina (6.040). Solo Francia y Argentina no están entre los diez países con mayor cantidad de colombianos residentes.
Los datos muestran contundentemente que la mayoría de colombianos no decide los destinos de su país pues ha sido sistemáticamente anulada a lo largo de los años.
Ausentes en Colombia
En territorio colombiano, las estadísticas de la Registraduría Nacional del Estado Civil muestran que de los 34 899 945 de ciudadanos habilitados para votar, tan solo acudieron a urnas 13 066 047, es decir el 47,43% de votantes. El mayor índice de participación se dio en el municipio de Chameza, en el departamento de Casanare, en donde el 62, 41% de votantes registrados fue a urnas. En este departamento ganó el NO, con un 71,14%. Uribia, en el departamento La Guajira, es el municipio con mayor abstención (96,61%), seguido de Aracataca, en el departamento de La Magdalena, con el 94,16%. El departamento de Guainia, en el que ganó el Sí con 55,52%, registró apenas un 24,02% de votantes del total de habilitados.
Colombia es uno de los países que más se vanagloria de su estabilidad económica y de su vocación democrática. Sin embargo, los datos demuestran que la relación casi nula del Estado con el pueblo deviene en un país que está en manos de sus minorías. Y este es un problema que se recoge en toda su historia como nación. En las elecciones de 1991 para designar a los constituyentes que reformarían la carta magna de 1886, votó solo el 30% del electorado. En el referendo del 2003, convocado por el expresidente Álvaro Uribe –ahora senador, principal impulsor del No y líder político de derecha del Centro Democrático– apenas votó un 25% de colombianos.
El índice de ausentismo en urnas es una constante que con el paso de los años ha dejado de importar en las decisiones de toda una nación. Quienes deciden en Colombia son las minorías. Las mayorías están desencantadas y su incapacidad histórica de cambiar las cosas ha desembocado en la desidia, en el quemeimportismo, en el triste reconocimiento de que sus votos no significan nada cuando los destinos de su pueblo están en manos de otros. Por eso Colombia se ha levantado como un territorio compuesto de pequeños países como esquirlas tras una colosal explosión. Está la Colombia urbana y lejos, muy lejos, está el país de la ruralidad. Está la Colombia exiliada y de otro lado aquella que ocupa este vasto y fértil territorio entregado a la violencia. Hay una Colombia que elige y otra, la de las grandes mayorías, que ha preferido fundar el país del silencio.
Un Estado democrático no puede menospreciar la elevada desidia de sus ciudadanos y menos jactarse de que sus representantes sean verdaderamente legítimos, vengan de done vengan. Las cifras demuestran que Colombia es un país en donde deciden las minorías que ostentan el poder. Las mayorías viven en un país propio e individualista, y cumplen sus propias reglas porque históricamente se les ha enseñado a desconfiar de los políticos. Colombia no cree en nadie y ese es el voto ganador pero silencioso del pasado domingo 2 de octubre. Pero nadie dirá nada. Colombia, como dice el escritor William Ospina, es “una suerte de dilatado desastre en cine mudo”.
María José, detrás del mostrador de su local, dice que quiere la paz pero no sabe hasta ahora si hubiera votado por el Sí o por el No. Al día siguiente de la jornada de votaciones, su gesto detrás del temor es el de la resignación. Ahí afuera, mientras espera el bus que lo llevará a Cali en un viaje de 12 horas para ver a su familia, René me pregunta, confundido: “¿cómo irá a ser eso ahora, al perder?”. René no se explica que en su país sea tan complicado permitir a sus ciudadanos el ejercicio del voto. René no está al tanto de la inoperancia de un Estado que no permitió nuevas inscripciones de ciudadanos para votar durante la jornada del 2 de octubre, y tampoco comprende que las leyes de migración colombianas sean tan excluyentes, producto de funcionarios tan inoperantes como ellas.
El colombiano se hace su propio país día a día. El país de los políticos es otro que no se llama Colombia, se llama dinero, muerte y crimen. El país de los colombianos es un conjunto de países desesperados por remediar y por remediarse todos los días a pesar de la impostura de democracia, mientras las minorías siguen eligiendo a sus líderes a pesar de la desconfianza y la incredulidad que domina la conciencia del pueblo. Las minorías continúan jactándose de ser democráticas y ahora han puesto en manos de ellas mismas la nueva etapa de negociaciones, están reviviendo cadáveres políticos igual o más nefastos que las figuras contemporáneas y prometen una paz que no alcanza. La democracia es un fake.
En el país de los colombianos, la mayoría de sus habitantes no votó el domingo ni por el Sí ni por el No, pero con su silencio dijo a gritos: ¡No, ya no le creemos a nadie! La comunidad universitaria y varias organizaciones sociales colombianas han emprendido diversas actividades para movilizarse y sumarse a la exigencia de un acuerdo por la paz que cumpla con las expectativas de las mayorías y no solamente con los intereses de la tradicional clase política que se reparte el poder desde hace décadas. Colombia podría estar cruzando por fin el umbral hacia la recuperación de un país por parte de sus mayorías. Ese verdadero país en el que vive cada colombiano.