Por Aitor M. Carmelo
Artículo publicado originalmente por nuestro medio aliado Diagonal.
Antes del inicio de la guerra de Siria, Alepo era uno de los principales destinos turísticos del país. Allí sus habitantes se esforzaban en convencer a los visitantes de que la suya era la ciudad más antigua del mundo. Y, aunque esta afirmación es sumamente discutida por numerosos historiadores, lo cierto es que documentos escritos y datados en el 1800 a.C. ya hacían referencia a Alepo como una importante urbe comercial, tal y como lo seguía siendo en el año 2011, esta vez de nuestra era.
Mientras que, antes de la guerra, Damasco era la capital política del régimen de Assad, Alepo la superaba tanto en habitantes como en pujanza económica. A día de hoy, y tras cuatro años de un virulento combate urbano, en torno a millón y medio de personas pueblan todavía la milenaria y devastada ciudad.
Peter Maurer, presidente del Comité Internacional de Cruz Roja, afirmaba el pasado 15 de agosto que la batalla de Alepo «es sin duda uno de los conflictos más devastadores de los tiempos modernos. Nadie está seguro en ningún lugar. Los disparos de proyectiles son constantes, y las casas, colegios y hospitales están en el frente de batalla».
Cuatro años de guerra civil han dibujado un complejo mapa de Siria, que se asemeja mucho a un extraño mosaico en el que cada uno de los colores representa a los diferentes bandos contendientes.
Ofensivas, avances, retrocesos, sitios, masacres y también periodos de inactividad se han sucedido en los diferentes frentes que permanecen abiertos. Y mientras en algunas zonas del país la guerra ha transcurrido incluso con relativa calma, en Alepo ha sucedido justo lo contrario.
El régimen controla la zona oeste de la ciudad y su casco histórico, en el que las murallas de la antigua Ciudadela se han convertido en línea de frente y escenario de frecuentes combates. El bando rebelde, por su parte, resiste en la zona oriental de la urbe, en un área donde aún viven en torno a 300.000 personas, así como en las zonas rurales occidentales y limítrofes con Idlib, capital de la oposición. Las YPG kurdas (Unidades de Protección Popular), por su parte, controlan el barrio de Sheikh Maqsoud, de mayoría kurda. Al este y al norte, DAESH (Estado Islámico) controla numerosos pueblos y ciudades.
Y, a pesar de que la guerra se ha convertido en algo cotidiano para los habitantes de Alepo, la realidad es que durante el último mes la batalla se ha recrudecido y ha complicado mucho más sus condiciones de vida.
Los combates no se desarrollan ahora en los núcleos urbanos, que se encuentran fuertemente fortificados y sobre los que ningún bando tiene capacidad real para lanzar un asalto. Hace más de un mes que el SAA (Ejército Sirio) lanzó una operación para cortar la única vía de suministros con que contaba el bando rebelde en el este de Alepo, la conocida como Castello Road, que discurre al norte de la ciudad y que sirve para llevar tanto armamento a los combatientes como provisiones a la población.
Los leales a Assad, con apoyo de la aviación rusa, consiguieron cerrar el cerco sobre esta zona, dejando al bando rebelde en una posición desesperada, tal y como la que vivió el propio régimen en 2013, cuando también sufrieron un cerco en la ciudad que, gracias a al apoyo aéreo, consiguieron revertir.
Sin embargo, hace una semana, cuando el bando rebelde parecía incapaz de reabrir la Castello Road, varios camiones suicidas y cargados de explosivos se lanzaban contra las posiciones del SAA en el barrio de Ramousah, esta vez al sur de la ciudad.
Comenzaba así una operación militar encabezada por varios grupos yihadistas que, tras romper las líneas del régimen y de paso la vía de suministros más importante para el Alepo leal a Assad, terminaba con el cerco que se imponía sobre la zona rebelde.
La situación actual es que uno y otro bando mantienen débiles líneas de suministros, radicadas sobre territorios recién conquistados y que están sujetas a continuos ataques del contrario. La población de uno y otro sector sufre no sólo la falta de suministros de luz y agua, sino también bombardeos prácticamente diarios así como una preocupante escasez de víveres.
Mientras la población del oeste de Alepo sufre los ataques permanentes de artesanales piezas de artillería rebelde, en el este llueven bombas rusas y de la debilitada fuerza aérea leal al régimen, dejando atrás dantescas escenas de muerte donde los cuerpos mutilados emergen entre escombros y destrucción.
Alepo lleva siendo un auténtico quebradero de cabeza para Assad desde el inicio de la contienda. Se trata de un frente al que ha tenido que dedicar importantes recursos militares y combatientes de un SAA bajo mínimos, que necesita cosechar victorias urgentemente para no sólo reconquistar terreno, sino también para poder destinar soldados a otros frentes donde el régimen está estancado o en retroceso.
El estallido de las revueltas descompuso la columna vertebral del ejército sirio una vez que numerosos mandos desertaban y se sumaban al recién nacido FSA (Ejército Libre Sirio), llamado a encabezar la oposición militar al régimen desde posiciones democráticas y seculares. De aquel FSA, no obstante, queda poco hoy en día, al igual que las fuerzas de Assad no son más que una sombra de lo que una vez parecieron ser, antes del comienzo de la guerra.
La moral de combate de las tropas del régimen hace tiempo que está bajo mínimos, tal y como se infiere de las masivas huidas que suelen preceder a sus derrotas. Apenas un par de unidades –la Guardia Republicana y las Fuerzas Tiger– tienen capacidad para realizar ofensivas militares. El resto del ejército, así como las NDF (Fuerzas de Defensa Nacional, unidades paramilitares afínes a Assad), apenas pueden sostener posiciones defensivas frente a las embestidas del bando rebelde. Han sido incluso más efectivas lasmilicias del SSNP (partido sirio que, nacido en los años treinta, desarrolla una ideología próxima al fascismo).
Sin embargo, lo que, hasta el momento, ha conseguido sostener militarmente a Assad ha sido la presencia física de combatientes del Hezbollah libanés, de efectivos limitados de la Guardia Revolucionaria iraní, del apoyo aéreo ruso y del apoyo de milicias chiis procedentes tanto de Iraq, de Irán como incluso de Afganistán (reclutados incluso forzosamente entre los refugiados fatimíes que viven en Irán).
En el bando rebelde, por el contrario, las unidades seculares del FSA apenas tienen ningún peso frente a grupos yihadistas como Ahrar al Sham o Jabhat Fatá al Sham (la antigua Al-Nusra que, ligada a Al Qaeda, ha cambiado de nombre para dulcificar su imagen).
Las armas que antaño suministró incluso Estados Unidos al FSA han pasado, como por arte de magia, a manos de estos grupos islamistas radicales que llevan el peso de las operaciones armadas de la oposición y que nutren sus filas, al igual que DAESH, de yihadistas procedentes de países árabes, de Europa o incuso del antiguo Cáucaso soviético.
Y la financiación de Arabia Saudí, Qatar y de otras monarquías del Golfo Pérsico es tan indispensable como la colaboración de Turquía, que también ha armado y entrenado a milicias turcomanas que, además de un islamismo radical, profesan un odio visceral a la población kurda. Tal es así que la ruptura del cerco sobre el Alepo rebelde sólo fue posible gracias a ingentes cantidades de material bélico que entraron a Siria unos días antes por la frontera turca con la provincia de Idlib, controlada por el bando opositor.
La contienda siria se parece demasiado a unamatrioshka: dentro de la guerra, hay otra guerra, dentro de la cual también hay una nueva guerra.
Lo que comenzó siendo como una contienda entre el régimen de Assad y una compleja amalgama de grupos opositores (a la que ahora se han sumado nuevos actores como las YPG kurdas o DAESH), se ha transformado en una guerra de implicaciones internacionales mucho más profundas.
Por un lado, Siria se ha convertido en el escenario de una guerra de carácter regional en la que Arabia Saudí e Irán disputan su hegemonía sobre Oriente Medio, al igual que sucede en Yemen.
La Siria de Assad, que se proyecta hacia el exterior como la única garantía de un régimen laico para el país, forma parte del llamado eje chii, mientras que Arabia Saudí y las monarquías sunníes, aliadas tradicionalmente con Estados Unidos, financian abiertamente a los grupos yihadistas que han proliferado en suelo sirio durante los últimos cinco años.
Tiene lugar por tanto una nueva suerte de Guerra Fría, en la que Estados Unidos y Rusia (heredera de la URSS y con bases militares en la costa siria de Latakia) dirimen su particular batalla en un modelo que ya no es bipolar, y en el que otros actores tienen su agenda propia y no coincidente necesariamente con ninguna de las dos potencias de antaño.
Es interesante en este sentido el papel que juega la Turquía de Erdogan, que, aún teniendo el segundo ejército más poderoso de la OTAN, tiene sus propios intereses para la región, habiendo abandonado de facto los postulados más kemalistas y aspirando incluso a reeditar el área de influencia que hace más de un siglo tuvo el Imperio Otomano.
Nada parece indicar que la situación de punto muerto en la que se encuentra la guerra de Siria se vaya a decantar por uno u otro bando, ni en el conjunto del país ni en la ciudad sitiada de Alepo.
Mientras las YPG kurdas (englobadas dentro de las SDF –Fuerzas Democráticas Sirias–) sí estánarrebatando terreno a DAESH en el norte, la situación de estancamiento que se vive en la zona occidental del país, y en la que se enfrentan régimen y rebeldes, parece estar en un completopunto muerto.
Mientras tanto, la población civil sigue padeciendo las consecuencias de un conflicto que ha generado ya millones de desplazados tanto internos como externos.
Siria es, incluso demográficamente, un país totalmente diferente al que existía hace cinco años. Son muy pocos, una exigua minoría, quienes han podido llegar a Europa huyendo de la guerra.
Millones viven en campos de refugiados que se ubican en Líbano, Jordania y Turquía, cuyos gobiernos reciben importantes ayudas económicas para contener su emigración hacia Occidente.
Y, en la propia Siria, a la ciudad de Damasco o a la región costera de Latakia han llegado cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas sirias en busca de un lugar donde los padecimientos del conflicto sean más llevaderos. Aun si la guerra acabara en el mismo día de hoy, harían falta décadas para reconstruir un país devastado y roto en mil pedazos.
Si las salidas militares al conflicto parecen imposibles, tampoco existe ninguna vía política con posibilidades de cosechar éxito alguno. En Ginebra se han abierto, ya por tercera vez, unas supuestas conversaciones de paz que no constituyen más que uncallejón sin salida.
No se ha conseguido absolutamente nada más que la firma de varias treguas que ninguno de los contendientes respetó por más de 24 horas, y cada uno de los bandos destina todos sus esfuerzos a vetar la presencia de facciones contrarias.
Por su complejidad y por su extremada violencia, el conflicto que hoy asola Siria solo es comparable a la guerra civil que durante quince años, desde 1975 a 1990, se desarrolló en Líbano. E, igualmente, Alepo recuerda tristemente a aquel Beirutdonde los combates no cesaron hasta 1990, aún cuando otras zonas del país disfrutaban de armisticios desde cuatro años antes.
Alepo es a día de hoy el corazón de la guerra, el epicentro de un conflicto que ha llevado el horror a millones de personas y que ya es un foco de desestabilización para una región como Oriente Medio, donde los equilibrios y las tensiones siempre terminan por estallar.