Por Gabriela Alemán*

El Encuentro Luis Vidales había terminado y las charlas en el teatro se  trasladaron a un café en las afueras de Calarcá. El paso del tinto a cervezas, aguardiente y pizza también había llevado la conversación al tema del próximo encuentro, autores marginales. Muertos, vivos, fuera del canon, dentro del canon, de pose, de estilo de vida, de convicciones literarias, reñidos con el mercado. Reconocí algunos pero, aparte de Andrés Caicedo, ningún otro colombiano. Pedí nombres y comenzó una corta discusión que terminó con alguien mencionando a Hernán Hoyos. Pregunté quién era. Me dijeron que había publicado más de cuarenta libros entre finales de los cincuenta y mediados de los ochenta. Que era un genio indiscutible de los títulos: Sin calzones llegó la desconocida, Se me paró el negocio, El club del beso negro, Frentenalga y careculo,  008 contra Sancocho, La colegiala.  Que le llamaban el pornógrafo de Cali, que acuñó el término sexo ficción, que fue el hombre orquesta de la producción literaria: escritor, diseñador, editor y distribuidor. Y poco más. ¿Alguien sabía si vivía, seguía escribiendo, se conseguían sus libros? Juan Guillermo Caicedo sacó un celular y la noche terminó con seis cabezas tiradas encima de un smartphone viendo un documental en Youtube: Hernán Hoyos, un escritor de mala reputación.

Pasé por todas las librerías de Armenia al día siguiente, ningún título de Hoyos. Me recomendaron ir a Cali y buscar en las de segunda mano. No podía creerlo. En el documental se mencionaba que había vendido más de quinientos mil ejemplares. ¿Ninguna editorial de circulación nacional lo había publicado? Regresé a Ecuador, retomé un proyecto que llevaba años discutiendo, una editorial que reeditaría a clásicos (ecuatorianos) olvidados o relegados y que, en algún momento, había pensado en reeditar a autores de todo el continente. Mencioné a Hoyos. ¿Y si lo publicamos? Cinco meses después de haber oído hablar de él por primera vez −recibir abundante ayuda para dar con su teléfono y libros, contratar a alguien para que transcribiera 008 contra Sancocho, leerlo, calibrar el interés del autor en ser reeditado, rastrear internet para encontrar notas, perfiles y más videos− , fui a Cali para firmar un contrato.

Es difícil prepararse para conocer a Hernán Hoyos. Una oye pornógrafo e imagina todo menos a un caballero de la vieja guardia: cortés, conservador, defensor de la Iglesia Católica. Entusiasta de su estado físico, promulgador de una dieta correcta, cultor de la familiaridad en la conversación en torno al sexo. Alguien que pasa de mencionar a Pierre Loti a preguntar si sé qué es un cunnilingus, o a contarme que agotó una edición de dos mil quinientos ejemplares de Crónicas de la vida sexual en quince días, o a decirme que tuvo su primera experiencia sexual a los cuatro años para, de inmediato, relatármela. Hoyos habla rápido, camina recto, repite historias, defiende su excelente memoria sin dejar de dudar si su Hermés Baby, en la que escribió su primer éxito comercial, pesaba seis libras o veinte. Está por cumplir 86 años y tiene muchos proyectos y más convicciones. Sabe que el azúcar es veneno −lleva cuarenta y cinco años sin probarla− y que la función más importante de los seres humanos es la sexual, que gracias a ella estamos vivos y que sus amigos curas aseguran que todas las variaciones de la actividad sexual de las parejas casadas son lícitas.  Él se ha casado una sola vez, a los 45 años. La conversación que mantuvimos comenzó en un centro comercial, siguió en el auto que nos llevó a su casa y continuó luego de firmar el contrato para reeditar 008 contra Sancocho. Hablamos algo más de dos horas en Alto Nápoles, al sur de Cali.

¿Cuándo se sintió escritor?

Yo me sentí escritor toda la vida, pero sabía que para serlo tenía que tener experiencias. Me escapé de la casa a los diecinueve años y me fui a Buenaventura para ver si me podía subir en algún barco de  polizón y tener entonces tema para escribir. Cuando llegué, arrimé a un barco y hablé con un marinero que resultó ser de Melilla. Le dije que quería que me ayudara a subir a un barco para salir a altamar. Él me dijo que lo hacía, que le dejara mi maleta para guardarla durante la noche y que regresara antes de que zarpara el barco a las siete. Yo tuve una perspicacia y no le di la maleta sino que volví al día siguiente, el barco había zarpado a las cinco de la mañana. Escapé de que me robara pero tampoco pude viajar. A los tres días regresé a casa.

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Foto: Gabriela Alemán

¿Y entonces qué hizo?

Mi papá no me regañó pero quedó preocupado que no supiera hacer nada de trabajos de oficina y me dijo que aunque sea fuera a sellar sobres a su oficina. Él trabajaba en Colombiana de Seguros y era un vendedor exitoso. Estuve un tiempo con él pero luego fui a trabajar en la Biblioteca del Centenario, ahí escribí mi primera novela, El retorno de la Monja Alférez. No era un trabajo remunerado pero el padre que manejaba la biblioteca me dejaba un espacio atrás para poder escribir. Para entonces ya había leído a varios de los clásicos y aspiraba a tener éxito literario.

¿Qué pasó con esa novela?

El retorno de la Monja Alférez era una novela de aventuras sobre un personaje real. Era una monja española que allá por el mil seiscientos y pico se escapó del convento, se disfrazó de muchacho y se alistó en el Ejército Real para venir a América. Esa novela me la publicaron por entregas en el diario El Pacífico. Fueron cien entregas, una por día. Ese periódico luego fue destruido por problemas políticos y se quemó por completo, su hemeroteca y todo lo demás. Así desapareció mi primer libro. Pero un día, una tía que me quería mucho me entregó un libro. Ella había recortado cada entrega y luego había encuadernado los capítulos. Así se salvó el libro que escribí a los 19 años y que se publicó en 1953.

¿Qué escribió después?

El Callejón de San Roque, que era una novela sobre la época de la violencia en Colombia, luego, un libro titulado Cuentos, y otro que se llamó Ron, Ginger y limón.

¿Alguno de esos libros era pornográfico?

Mira, ahora no me molesta que digan que mis libros son pornográficos, pero en realidad no lo son. Fue José Pardo Llada el que comenzó a decir eso y con eso hizo que vendiera mucho. Así que está bien, pero en mis novelas siempre hay conflictos humanos. En la pornografía solo hay descripción o se enfoca los actos sexuales que se repiten y repiten. Esa no es mi técnica ni ese es mi credo literario.

¿Cómo llamaría a su literatura, entonces?

Sexo ficción. Mira, siempre me ha interesado el sexo, pero yo he desarrollado una técnica que consiste en utilizar el menor número de palabras y no dar nunca una opinión sobre mis personajes. Ellos se dan a conocer al lector como conocemos a la gente en la vida real: por lo que dicen y por lo que hacen. Y a mis personajes les gusta el sexo.

¿En sus primeros libros también?

No, no. Eso fue Pardo Llada. Yo lo conocí allá por el sesenta y tres en la cafetería de la Librería Nacional. Y él, con su fuerte acento cubano, me dijo que yo lo que tenía que hacer era un libro como el Informe Kinsey, pero colombiano. Yo le hice caso. Él me dijo que el sexo vendía y repetí la fórmula de las entrevistas que utilizaron en Estados Unidos. Entrevisté a gente de todas las esferas y condiciones sociales. No tenía grabadora sino que iba con mi máquina Hermés Baby y escribía con gran rapidez lo que la gente me contaba. Llevaba mi revólver por si acaso, pero nunca me pasó nada. Fui a la zona de tolerancia, entrevisté a prostitutas, me volví cínico y entrevisté al párroco de San Fernando. Fui a la cárcel de Villanueva y le dije al director que era un escritor que quería investigar en la cárcel y él me dio permiso para hablar con los penados más peligrosos que tenía allí. Ese libro fue un éxito extraordinario.

¿Por qué?

Porque José Pardo Llada, que para entonces era el radiodifusor más escuchado de Cali, como lo había sido en su natal Cuba en los años cuarenta, decía que era “un  libro absolutamente pornográfico” y la gente hacía fila para entrar a la Librería Nacional y comprarlo. Ese libro es imposible de conseguir hoy en día. Él fue el que me dio la fama. Todos oían su programa Mirador en el aire, la ciudad se paralizaba, la gente le hacía caso. En su columna ‘Jueves de mirador’, en el Diario de Occidente, promocionaba mis libros. En esos años escribía mucho. El mejor año fue el setenta y cinco, cuando publiqué cinco libros.

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Foto: Gabriela Alemán

¿Los siguió vendiendo en la Librería Nacional?

No, me di cuenta de que en los puestos de revistas la venta era más rápida y comencé no solo a escribir los libros, sino a venderlos. Yo distribuía mis libros caminando. Siempre he sido un tremendo caminante. Si me regalaran un carro con la condición de que lo usara, yo diría, “tome, quédeselo”. Porque la salud que tengo se la debo a caminar.

¿Dónde vendía sus libros?

Por toda Colombia. En ese tiempo Colombia no era peligrosa, yo metía 20 ó 30 ó 50 de mis novelas en un maletín y me iba a Cartagena, a Buga, a Popayán, a Manizales, a vender libros. Mis clientes más cumplidos eran los paisas, yo dejaba los libros en consignación y cuando les escribía preguntándoles por los libros, me mandaban el cheque. Pero mis mejores ventas eran en Cali, por la publicidad de Pardo Llada.

Y, ¿siguió vendiendo así?

La venta de libros es difícil. Los libros se vendían pero me casé, tuve cuatro hijos, tenía que mejorar los ingresos. Ya tenía otro tipo de diligencias. Puse una vinatería en el Barrio de San Fernando que se llamaba Sor Terrible. Ahí vendía vinos, chorizos y quesos costeños. Porque el queso es lo mejor que hay para la memoria. Mientras trabajaba en la vinatería escribí La Alcahueta. Ahí también me regalaron ese cráneo, un estudiante de medicina me lo dejó una noche. Antes tenía dos dientes pero mi mujer le arrancó uno.

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Foto: Gabriela Alemán

¿Cuántos otros trabajos tuvo?

También trabajé en un hostal, de recepcionista. Colaboré con el Diario de Occidente, El Caleño, Diario El Pacífico, Cromos, El País. Vendí electrodomésticos, administré un almacén de repuestos, fui Jefe de Ventas, vendí bombillería de automóviles. Y mis libros, por todo el país. Hasta vendí unos cuentos a la revista Knight, de Estados Unidos.

¿Cómo fue eso?

Yo tenía un amigo norteamericano con el que me gustaba practicar mi inglés, se llamaba Robert Maxwell. Él había leído un cuento mío que se llamaba El hincha, que no era de temática sexual, que le gustó, pero después de un tiempo se marchó a su país. Cuando heredé una plata de una tía compré un pasaje para ir a visitarlo a Wisconsin y entre los dos tradujimos tres cuentos del libro Casos insólitos de la vida sexual, que eran más bien reportajes. Y logró una hazaña memorable, vendió uno atrás de otro a la revista Knight. En esos dos meses aprendí mucho inglés.

***

Le pregunto por la revista Knight, si me puede mostrar algún ejemplar. Me dice que se arrepiente de no haber guardado ninguna, que era una revista como Playboy y las usaba para recortar fotos y armar collages para las tapas de sus libros. La que mejor le resultó –me cuenta– fue la de El Club del beso negro. Usó siete revistas distintas para armarla. La tapa, por decirlo por lo bajo, es bastante escandalosa. Le pregunto por el ambiente que existía en el Cali de los sesenta y setenta, por la resistencia al tipo de literatura que hacía. La literatura latinoamericana por esos años era recatada. El tema sexual no era algo que se topara abiertamente. El mismo Cortázar confesaba, antes de publicar Rayuela, que “el miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos”. En Rayuela recurre al uso del “glíglico” para decir lo que no se atreve a escribir, “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes”.

Por esos años Hoyos no tenía problema alguno en escribir: “Entonces la muchacha decidió ayudarle y puso su manecita derecha sobre la enorme cabeza en forma de tachuela y trató de empujar con la otra hacia la bragueta que estaba sin botones y abierta. El resultado fue que el rebelde órgano comenzó a dar fuertes tirones hacia adelante y hacia arriba, a congestionarse y terminó irguiéndose aún más, en forma que hizo perder cualquier esperanza. La muchacha loca de risa se dejó caer sobre el sofá de espaldas, se dejó escurrir y descubrió, a través de sus pantaloncitos, un protuberante monte de Venus cubierto por extensa sombra oscura”.

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Foto: Gabriela Alemán

Don Hernán, ¿tuvo algún problema con sus libros? ¿Alguien le censuró?

Mira, mis libros se leían a escondidas porque el tema sexual era tabú, no era decente. Los profesores y los padres de familia no iban a considerar con buenos ojos los libros con tema sexual. Pero por eso mismo se me leían mucho. Hay una anécdota que me contaba Pardo Lladas y que es verdad. Como él era tan famoso, le invitaban a colegios a dar conferencias y entraba y preguntaba en los colegios religiosos a las muchachas que cuántas habían leído a García Márquez y subían tres o cuatro brazos. Luego les preguntaba cuántas me habían leído a mí y todas subían el brazo. Nunca recibí amenazas por mis libros. El único que me hizo ganar varios nalgazos en la calle de personas desconocidas fue El Club del beso negro. Una vez estaba esperando el bus con mis dos hijos pequeños cuando pasó un muchacho de unos treinta y pico de años, bien parecido, en una camioneta costosa y paró su carro y me gritó: “¡hijo de puta!”. Eso fue porque en ese libro nombro a una institución imaginaria pero inspirada en la vida real, de unos muchachos de buena condición, que se paraban en las esquinas –recuerda que en esas épocas el cuco de Cali era el comunismo− a gritar: “¡Tradición, Familia y Propiedad!”. En el libro creé una institución similar y el dirigente de esa sociedad tenía a una muchacha amarrada en su pieza y le hacía cosas con la lengua. Los miembros de la sociedad, en la vida real, cuando me encontraban en la calle, me gritaban, “¡pervertido!”, pero luego se iban.

¿De dónde sacaba tema para tanto libro?

Yo tengo algo que inspira confianza en la gente y hace que me confíen sus historias. Ya me conocían por las Crónicas, que fue un éxito, algunas personas me presentaban a gente con vidas raras. Sor Terrible, por ejemplo, era un personaje que me presentó un periodista costeño que se llamaba Edgar García Ochoa. Fui a un hotel que estaba en la calle 5 y nos encontramos en el bar y mientras hablábamos yo vi como le proponía a una muchacha que estaba ahí. Todo lo que yo escribí en ese libro es absolutamente documental. Un alegre cabrón fue un testimonio que me llegó de la costa norte. Estaba manuscrito y me llegó a mi apartado postal. Y yo tenía una imaginación afiebrada desde que tenía diez años cuando escribí mi primer cuento. Para escribir narrativa me servía mucho.

***

Comienza a gotear, pero no nos movemos de las gradas del patio interior. El cielo es del color de la panza de un burro y, aunque aún no se prenden las luces de la calle, la tarde comienza a jalar hacia la noche. Don Hoyos está cansado de hablar y su nieto quiere subir a su cuarto, y nosotros estamos en su camino. Comienzo a revisar mis notas y le pregunto por su escritura y la política. Le menciono, de pasada, lo que dijo Ballard de la pornografía, que era el género más político de la ficción, el que más expone cómo nos usamos y explotamos mutuamente. Se tapa los ojos y no parece prestarme atención.

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Foto: Gabriela Alemán

Don Hernán, ¿cuál es la relación de sus libros con la política? En 008 contra Sancocho existen varias referencias.

Mira, yo soy de derechas. No sé, por ejemplo, por qué parodié a esa institución que te mencioné que defendía la propiedad privada y la religión. Ni por qué me burlo de los políticos en 008, pero lo hago. A mí la política nunca me interesó y menos que me dieran cargos burocráticos por política. Yo escribo sobre lo que conozco y yo de joven fui miembro de la defensa civil, yo perseguía a los delincuentes sin ningún interés y era muy amigo de la policía. Hasta una vez me invitaron a un banquete con los detectives del DAS.

¿Utilizó algo de lo que sabía de la policía para sus libros?

El detective de 008 es una parodia de 007, es un gordito, nalgón y mofletudo al que le gusta beber y que fue expulsado del MAS porque había empeñado su pistola para comprar trago. Desde esa época que te cuento, cuando estaba en la defensa civil, tenía un revólver que era el que utilizaba para mis recorridos cuando hacía entrevistas por toda la ciudad. Hace un tiempo unos muchachos en una moto me arrebataron mi revólver por aquí cerca, esperando que les pagara un rescate, pero no lo hice.

¿Ya no tiene revólver?

Ya no.

Con tanto libro que vendió don Hernán, uno imaginaría que ganó mucho dinero…

¿Qué es eso? Ganar dinero con libros no es fácil. Yo siempre tuve un afán permanente de ganar dinero. Imprimí todos mis libros, tenía control sobre las regalías, los tenía en bodega y los distribuía por todo el país, pagué pasajes, hoteles. Crié cuatro hijos, podía tener un carro, pero en lugar de eso produje una película. No solo eso, también la escribí y la dirigí, se llamó Mariposas oscuras. La gente me ha leído y voy a usar una palabra que me parece pedante pero mi obra literaria es monstruosa. Y aún tengo muchos libros por editar.

¿El dinero se gastó?

Soy proletario pero siempre he tenido gustos burgueses…

Don Hernán dice la última frase  sin revelar ninguna expresión y, aunque queda inconclusa, no busca terminarla. Vuelve a cubrir su rostro con una mano, su nieto salta encima de mí y se oye un trueno a la distancia. Ambos nos paramos, le agradezco por su tiempo y comenzamos a bajar  las escaleras.

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Foto: Gabriela Alemán

Gabriela Alemán publicó su primera colección de cuentos en 1996, su último libro, La muerte silba un blues, editado por Penguin Random House, es del 2014. Ha escrito para radio, cine, diarios y revistas. Ganó el primer concurso de crónica convocado por Ciespal, en el 2014. Sus cuentos han aparecido en diversas antologías, entre ellas, Sólo cuento tomo VI, editado por la UNAM, en México. Recibió una beca Guggenheim en el 2006 y formó parte de la convocatoria Bogotá39, en el 2007. Es miembro fundadora de El Fakir Ediciones.

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fk

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