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Itinerario de tigres. (Relatos amazónicos)

El 11 de agosto se cumplió un año del desalojo de la comunidad shuar de Nankints, simbólica en la lucha antiminera junto con Tsuntsuim, Tundayme y, en otros territorios ecuatorianos, con Íntag, Pacto, Río Blanco y Kimsacocha. Como lo ha dicho Sara Torres, en Ecuador hay un movimiento popular antiminero. Gracias a él, se ha retrasado la explotación minera a cielo abierto en este país. Este es un recorrido por la Amazonía Sur de Ecuador para conocer su lucha.

Foto: Vanessa Terán

Por Cristina Burneo Salazar

Para Gloria Chicaiza,
guerrera florida

Ruta Macas-Bella Unión, Morona Santiago

Agosto 25

En el bus, Xavier Maldonado –médico de la brigada que va a Tsuntsuim– recibe un regalo de otro pasajero: Poemario el reactivador. El pasajero se llama Efraín Maldonado y es autor del pequeño volumen. Literatura de madrugada para conjurar la memoria de Bosco Wisum y de los luchadores amazónicos asesinados en estos años por la violencia minera promovida por el Estado.

Bosco Wisuma,
tus batallas y las nuestras…
con tu espíritu en la gloria
seremos invencibles.

Foto: Vanessa Terán

¿Seremos invencibles? ¿Será que nos salva un poema? Ese pequeño cuaderno nos dice que andamos juntos en estas batallas. Algunas de nosotras, más advenedizas, nos vamos sumando a ellas en el caminar de los que resisten. Ni las luchas amazónicas les corresponden solo a sus pueblos, ni las luchas de las mujeres son solo nuestras. Si caen las mujeres, caemos todos. Si borran a pueblos ancestrales, todos perdemos la memoria. Si esas violencias debilitan a los niños, desaparece el mañana como posibilidad de vida. El poema de Efraín va a marcar nuestro viaje.

Tsuntsuim

Agosto 26

Se han cumplido un año del enterramiento de Nankints, ocho meses de la invasión militar a Tsuntsuim y cinco meses desde el retorno de las mujeres a su comunidad. Todo esto, para proteger a las empresas chinas que han venido a explotar las minas en Ecuador. En marzo, veíamos las ruinas y las cenizas que los militares habían dejado tras de sí. Las puertas de tres casas permanecían ennegrecidas por el humo. Los trofeos de la comunidad perdían su lustre bajo el lodo en que los habían sepultado. Hoy, las casas saludan habitadas con algo más de fuerza. La comunidad ha tenido el coraje de volver a empezar, sembrar de nuevo y habitar su presente aun a riesgo de otro desalojo, con el miedo prendido del cuerpo por la criminalización a que el gobierno le ha condenado.

Mis colegas de la brigada médica van a continuar con la atención médica. El brillo en los ojos de los niños es un poco más diáfano. Pero Michael todavía tiene miedo. Susana, su mamá, cuenta que aún se asusta con el ruido de los helicópteros. “Están enojados porque volvimos”, me dice. Michael tiene dos años y el terror instalado en el cuerpo. Fue perseguido antes de saber caminar, y tendrá que aprender a caminar en estos senderos arduos porque su pueblo es perseguido hace décadas. Noemí también tiene miedo. La conocí en mayo. Junto a Gladys y Lila me enseñó una canción shuar. Tiene siete años, deja de sonreír y calla tan pronto oye un helicóptero. El miedo paraliza a estos niños que en diciembre, una semana antes de Navidad, tuvieron que atravesar la selva con sus madres al ser desalojados por el ejército ecuatoriano.

Marbella, San Pedro, Tiink, también son comunidades afectadas por la violencia minera. No son las únicas. Hay muchas otras que han soportado desalojos, asesinatos, hambre, vejaciones y que, a pesar de todo eso, resisten y viven porque no hay otra forma de enfrentar las horas y los días.

Kupiamais

1 de septiembre

Somos más de cien personas. Acción Ecológica ha organizado la Ruta del Jaguar para conocer comunidades afectadas, poner el cuerpo en la Amazonía amenazada y reunir en un tribunal ético el trabajo que se ha hecho para acompañar las luchas amazónicas. Reunirnos nosotros para disputarle al Estado el sentido de todo esto: de la guerra contra los pueblos amazónicos, a los que han llamado terroristas; de la lucha antiminera, que sabe bien de la devastación. Disputarles el sentido de la vida.

Foto: Vanessa Terán

Xavier me cuenta que Ecuador dejó de producir suero antiofídico y que hoy lo importamos de Costa Rica. Allá, las especies de serpientes son distintas y el antídoto es mucho menos efectivo en la Amazonía ecuatoriana. Por decisiones del Estado como esta aún mueren decenas de personas en la selva por morderdura de culebra: es un Estado que deja morir.

Visitamos Kupiamais. Cerca de allí, en la isla Tutus, murió Freddy Taish, asesinado en 2013. Su hijo menor tenía tres días de nacido. Su viuda había ido perdiendo la vista, pero no el sentido de la lucha. A Freddy lo velaron en su comunidad, donde vive también Julio Tiwiram, quien presidió el primer Congreso de Nacionalidades Indígenas de Conaie en 1986. En la ciudad, se nos escapa la historia de estos pueblos, que es nuestra Historia. Tus batallas y las nuestras, dice el poeta Maldonado.

Habla Isabel Anangonó, lideresa de Íntag, que lleva 22 años en resistencia. Habla Zoila Castillo por las mujeres amazónicas, quienes han hecho caminatas a Quito y en una de esas travesías fueron ignoradas por el entonces presidente de la República Rafael Correa. “Para resistir no quiero mil borregos, solo necesito cinco tigres”, dice Domingo. Ser esos tigres y no los mil borregos.

Gualaquiza

2 de septiembre

Audiencia del tribunal ético. Hay crímenes de lesa humanidad cometidos contra los pueblos en lucha antiminera, denuncia Celestino Chumpi. El biólogo Alfredo Luna afirma que en la Cordillera del Cóndor hay más especies que en el Yasuní, otro lugar amenazado de muerte. Es el poder económico lo que maneja el área, afirma. William Sacher cuenta la explotación en 60 000 toneladas diarias de mineral. Los estudios de impacto ambiental son contratados por las mismas empresas explotadoras, continúa. Michelle Báez se refiere al poder: es siempre el poder el que se organiza a sí mismo para devastar. Steven Emmerman, experto en gestión ambiental, habla de un colapso inevitable en las zonas mineras, de envenenamiento por arsénico en el tratamiento mineral y del descontrol en la producción de empresas como Ecuacorriente, que pueden llevar a graves hundimientos.

Foto: Vaness Terán

Melissa Moreano se refiere a una óptica racista del territorio por parte del Estado: al no reconocer las distintas formas de territorialidad, se las subordina a una lógica destructiva. El Estado ve los territorios como terrenos baldíos sin cultura, sin densidad histórica. Melissa explica que se crean literalmente espacios vacíos -vaciados, pienso- para permitir el asentamiento minero. Tarquino Cajamarca, defensor, habla de por lo menos 16 procesos legales contra los pueblos que reflejan estas violencias. “El COIP reúne disposiciones jurídicas muy duras para los más pobres”, dice. Por supuesto, sin reformas al COIP seguimos entrampados en un cerco jurídico cuyo único lenguaje disponible habla de terrorismo y subversión. Parte de la resistencia es imputar este lenguaje criminalizador y fundante de la violencia legal del Estado.

Las comisionadas del tribunal, Ivonne Yánez, Diana Atamaint, las lideresas Dominga Antún y Carmen Suquilanda y Simón Espinosa afirman en su veredicto que la destrucción de la Amazonía y otras zonas mineras se sostiene en una visión colonialista; que los estudios de impacto ambiental se llevaron a cabo “con métodos altamente cuestionables que no respetan la legislación vigente en Ecuador”; que para favorecer a las empresas mineras “el Estado ha hecho uso de todo su aparato represor”; que hay hostigamientos a la población; que las mujeres han sido especialmente afectadas por estas violencias -contaminación de la leche materna, violencia sexual relacionada con los campamentos mineros, incluida la prostitución, precarización de la vida por la constitución de servidumbres, lo cual provoca crisis que deben administrar las mujeres-. Tampoco hubo consulta previa a los dueños de los territorios ancestrales, que son los pueblos. Escuchamos del tribunal lo que jamás vamos a escuchar del Estado, ahí está un elemento de la reparación: dar valor a las voces de los pueblos.

Tundayme

3 de septiembre

La selva en Tundayme está destruida. En donde se asentaba San Marcos, se elevan las vallas metálicas del campamento minero de Tundayme. La señalética se lee en chino y en español. A lo lejos, se ve una trituradora de piedra, un cubo azul gigantesco se impone en donde debería estar, desnuda, la montaña. El campamento minero se extiende a lo que dan nuestros ojos, no termina. En donde había selva, hay polvo, polvo que es hoy propiedad privada.

Foto: Vanessa Terán

Una fila de militares sale a nuestro encuentro cuando nos acercamos a entregar el veredicto del tribunal ético. Hoy, los militares ecuatorianos trabajan como guardias privados del capital extranjero, también en Zamora. Presiden nuestra comisión las lideresas en resistencia Isabel Anangonó, Zoila Castillo, Carmen Lozano, Carmen Suquilanda. Se suma Simón Espinosa desde la Comisión Nacional Anticorrupción, quien a sus 89 años se toma el campamento con todo el desparpajo que le da su probidad. “No hay nadie que les reciba. Trabajamos para una tercerizadora.” A la vez, un grupo de activistas se ha tomado la ruta para mandar un S.O.S.: están destruyendo el pulmón a través del cual respiramos todos. Esto no es menos cierto por parecer un cliché: están yendo contra nuestra respiración.

Vemos buses de trabajadores chinos dejar el campamento para irse de domingo, pero eso no es lo que más impresiona. Al cabo de una media hora, salen en fila una decena de volquetas con las luces prendidas bajo el sol que muerde el mediodía. Con la nube de polvo que levanta cada volqueta se dibuja ante nuestros ojos un paisaje postapocalíptico, cuando toda catástrofe ha sido consumada. Una madre joven se sienta con su hija a esperar el paso del bus en el puente cercano del río Wawayme. La niña debe tener unos seis años. Ambas, sentadas en la vereda bajo un rótulo con caracteres chinos, se cubren el rostro con pañuelos a fin de salvarse un poco de ese polvo que se levanta siniestro para opacar lo que sucede: aquí se ha cedido al capital extranjero una zona enorme de territorio ecuatoriano ancestral para una explotación que no dejará nada. Esa pardusca polvareda que encuentra asiento en nuestras cámaras y que se nos cuela por los ojos no puede cubrir la devastación ante la que nos hallamos.

Foto: Vanessa Terán

El ritmo de nuestra respiración, alterado por el polvo y acompasado por el calor, marca nuestro caminar para seguir a estos pueblos. Mucho, mucho más que ese polvo es lo que han respirado sus históricos pulmones en resistencia. Ese polvo era selva, ese sol golpeaba contra la tierra y no contra el cemento que hoy refleja sus rayos. Su respirar es persistente, su paso en la selva, guerrero. Son pasos ancestrales que vienen de lejos, en caminos que honramos.