Por Diego Cazar Baquero / La Barra Espaciadora
Esto no es una crítica de cine. De eso que se encarguen los críticos de cine, cuando los haya. Yo no lo soy, por eso escribo una carta para Víctor Arregui, director del filme El facilitador, y la escribo como un espectador más, desde la butaca.
Apreciado Víctor:
Juro que no iba a decir nada de esto pues confié en que ya los periodistas de los diarios lo dirían, después del estreno para medios, pero no lo han hecho. Apenas se han limitado a reproducir el boletín de prensa del equipo de producción del filme y a dar palmaditas en la espalda al elenco, como siempre.
Víctor -o Viqui, si me permites tratarte como lo hacen tus amigos cercanos-, se trata de unos cuantos errores de continuidad que pude cazar en El Facilitador. ¡Me siento muy extrañado de que nadie lo haya dicho luego del masivo preestreno que llenó tres salas de Cinemark a principios de noviembre! Pero, bueno, tal vez los periodistas que escribieron sobre tu peli tienen una agenda muy apretada y priorizan la coyuntura política, deportiva o económica, suele pasar. A lo mejor vieron la cinta a saltos y a brincos. Quizás son muy amigos tuyos o de tu equipo y no quisieron hacer quedar mal a nadie, no lo sé. A mí me caes bien, Víctor –o Viqui-, y lo digo bien en serio. Digo que eres un tipazo y estoy convencido de que a los tipazos hay que decirles las cosas con frontalidad y no solo darles palmaditas en la espalda, entre el coctel y la alfombra roja. Por eso me gustó aquella conversación informal y sincera que mantuvimos en el cine Ochoymedio, en Quito, antes de que yo viera tu peli. ¡Hasta pagaste mi café!
Entonces, voy al grano: para empezar, recuerdo la escena en la que Elena (María Gracia Omegna), la protagonista, avanza en su auto a toda velocidad por las soleadas calles de Quito. La luz del día (o de la tarde) ilumina el rostro de la actriz chilena mientras ella se espolvorea cocaína, azota la bocina del auto y putea al resto de los conductores, que para ella son el resto del mundo. Hasta ahí todo va bien. Pero resulta que al llegar a su destino (inexplicablemente, tal como cuando los españoles asesinaron a Atahualpa), en medio del día se hizo la noche… Viqui, yo sé que el lector que aún no ha visto la peli se dirá: “claro, después de la tarde llega la noche, así que eso debió haber ocurrido…. El director debió haberlo planificado así”. Pues, si ese lector, tuviera razón, Viqui, ayúdame a entender por qué entonces el periodista Arturo (Mauricio Samaniego, que hace de su amante en la cinta) recibe a Elena preguntándole, con complicidad y coquetería, “¿dura la noche, no?”. Y por qué ella, luego de una pausa, le pregunta “¿y, qué nos espera esta noche?”. A menos que la intención sea hacer una metáfora de aquella trágica jornada en la que mataron al último inca, no encuentro otra razón para este salto en la historia.
Durante esos primeros minutos, en la fiesta por el cumpleaños del otro protagonista, el empresario Miguel Aguirre (Francisco Febres Cordero), aparece gloriosamente una canción interpretada por el coreano Jinsop Odirlin, Dulzura mía. Supe por ahí que ese fue un capricho tuyo, Viqui, que admiraste mucho a Jinsop y que este fue un homenaje a su memoria. A mí me gustó mucho oírlo también, te lo confieso. Creo que esa aparición marca cierta línea sonora con lo que vendrá después, más o menos cuando ha transcurrido media hora de película, y aparece el cantante rocolero Roberto Calero en un escenario bohemio, ¿no?. (Permíteme en este punto, Viqui, dirigir unas líneas a los lectores de La Barra Espaciadora)
Amigas y amigos lectores: las drogas, el alcohol, la corrupción extendida, los márgenes del alma humana son la constante de la historia. “Nací parrandero, bohemio y galán, mi vida es alegre, yo soy bien bacán”, canta a dúo Calero con quien hace el papel del diputado Zambrano, ¡adivine quién, amable lector! ¡Claro, acertó!, ¡el actor de moda del cine ecuatoriano: Andrés Crespo, actuando una vez más de sí mismo! Es este el momento en el que el público explota en una carcajada, ya verán por qué cuando vayan a ver la película… (Perdón por la interrupción, Viqui…)
Bueno, como no soy kichwahablante tampoco haré alusión a lo extraño que me sonó mezclar el kichwa con una preposición del español, cuando Galo (Marco Bustos) se dirige a sus compañeros comuneros y les dice que deben juntarse para luchar: “con ñucanchi umacuna y con ñucanchi shungocuna”. Pero, tú eres el director, y tú sabrás por qué está así ese diálogo.
Más adelante, recuerdo la escena en la que Elena pasea junto a su tía en medio de los jardines de la hacienda del abuelo. Luce cómoda dentro de su pantalón negro, de un abrigado buzo verde y un chaleco jean. La joven le confiesa a su tía que no recuerda nada desde que se fue de esa casa, cuando niña, y la tía responde con la propuesta de mostrarle algo… Ya en la habitación donde están aquellos objetos misteriosos de su pasado, Elena de pronto lleva una chompa azul de capucha y un jean azul mientras que su tía viste igual que en la secuencia anterior… Yo supongo que hasta en las pelis más celebradas de la historia del cine hay este tipo de errores, pero debo reconocer que no me ha gustado que te pase a ti, Víctor. De todas maneras, hubo algo unos minutos después que me levantó mucho el ánimo: quizás uno de los momentos más memorables de tu película es cuando el abuelo, los tíos y Elena beben juntos. Me enteré por ahí de que las escenas son producto de un encuentro verdadero entre copas, de que hubo borrachera real mientras las cámaras grababan el proceso. Esa naturalidad se refleja en la escena que resulta muy conmovedora, Viqui, sobre todo cuando Jinsop, de nuevo, canta como invitado especial Estrellita solitaria, la canción del compositor Luis Padilla. ¡Ahí sí te digo, Viqui, que hasta me dieron ganas de brindar unos tragos con ellos!
Pero toca volver a ponerse serio: cuando el conflicto de la historia está acercándose a su culmen, Elena está en casa de César (Juan Carlos Terán), quien recibe una llamada de Miguel. Elena espera a que César hable con su padre y ella, a su vez, atiende una llamada a su celular. En la mesa que está detrás de ella hay una computadora portátil y nada más que una computadora portátil. Y entonces, mágicamente, ¡un vaso de whiskey también aparece sobre esa misma mesa! Créeme, Viqui, que el hecho me produjo una sensación de haber presenciado un evento paranormal.
En fin, poco después de que se revelará el gran misterio que subyace a la historia, Elena está en casa de su padre, sufre de insomnio así que le pide a Hortensia, la señora que trabaja en las labores domésticas, que le permita dormir con ella… La noche transcurre luego de una escena más, y en la siguiente secuencia, aparece de nuevo Elena, ¡pero sorprendentemente ya ha vuelto a su cama!
Viqui, yo sé que mucha gente me dirá que no he hecho cine, que quién soy yo para decir todo esto, que ni que fuera un crítico o algo así. Yo solo respondo que quería decirte estas cosas en honor a tu calidad humana y en vista de que los periodistas que fueron al preestreno no dijeron nada. Y sí, es cierto, no soy crítico ni cineasta, ¡soy público y creo que eso es suficiente! ¿No te parece?
¡Un abrazo, y te debo un café!