Por Gabriela Ruiz Agila / @GabyRuizMx

Nosotros vivimos en Guayaquil, Ecuador. Guayaquil es una capital ficcional. Es inacabada, es Descartable. Nosotros –los lectores– entramos al mapa de circunferencias y música. El faro del puerto amplifica un playlist punk en frecuencia modulada. La música va impulsándose sobre la brisa y sobre los cuerpos porteños. Pero estamos distraídos. No logramos escuchar la advertencia, ver la flama que viene a envolvernos, ni alcanzamos a esquivar el golpe del ‘adiós’. Nosotros también somos descartables.

El lector puede atravesar la novela escrita por Andrés Emilio León (Guayaquil, 1978) porque Descartable se desborda como un brazo, porque Descartable se riega como un pulmón rojo del Estero Salado. Descartable representa el quebranto propio de Héctor –protagonista- que aspira a ser amado, pero en cambio, es estrellado en el paraíso de la felicidad de los Otros: Gaby, su esposa; Alegría, su musa y las mujeres que desean, soñadas y encendidas. ¿Cuándo se decidirá Héctor a dejar de sentirse un planeta enano lleno de miedo? Estos son los rasgos de esas criaturas sedosas, musicales como vértebras en un día caluroso de verano.

El deseo de las mujeres

Héctor, tras la ruptura matrimonial con Gaby, esgrime un manifiesto claro: no carne, no sexo, no amor. “A mí también me rodean residuos de emociones encontradas, en donde resalta primordialmente una insalubre envidia por moverme sin ataduras, por transitar cerca de quien se acerque, y dejarme llevar como la basura, a donde sea que tenga que ir.” Héctor solo quiere estar y quedarse ahí un poco, reír, divertirse y sudar.

La liberación sucesiva de Héctor comienza en un momento de extrema angustia. Héctor quiere amar. Un conjunto de pequeños relatos cargados de erotismo y diálogo muestran la voluntad de Héctor: “Ella me lee literatura japonesa… Violeta es violenta para leer: arranca las páginas del libro, las muerde y presiona con la lengua hasta desintegrarlas… Abro las puertas de la pecera: te mojas conmigo y el agua refresca y recuperas el aliento perdido para abrazarme y quedarte ahí… arrancas un pedazo de mi boca para llevarla a la tuya, para morderla y presionarla con la lengua hasta desintegrarla”.

El protagonista se relaciona con las mujeres a través de sus fantasías y se deja perder en ellas. Ves a un hombre repetido en el deseo que se consuma: Violeta-Violenta, Sarah que sueña y con quien gira en un carrusel amoroso de vértigo benigno; Eva que duerme sola y dice la verdad, Carmen que suelta carcajadas; Rebeca, casada y que huele a caníbal, que se baña en crema chantillly para hacer el amor en los baños.

Esta es la respuesta física y literaria al desencanto que provoca el personaje de Gaby, el amor de su vida, quien lo abandona por su compulsión a ficcionar. Héctor es “descartable”, así se lo dice Gaby: “Me fui, Héctor. Sigue con tu música, con el arte, con toda es mierda que te envuelve (…). Ni siquiera es tu infidelidad lo que me jode, es tu ficción de mierda. ¡Tu ficción de mierda!”.

Para Héctor, el aparecimiento de Alegría representará la celebración de su destino como creador, loco soñador, amante y escritor de un manuscrito eterno más allá de la imagen arquetípica de la musa/heroína. Héctor conoce a Alegría frente al Estero mientras pinta un paisaje rojo: “El cuadro hiere y riega todo al Estero.” El Estero vivo tiene la posibilidad de palpitar y sangrar como un gran corazón líquido, metáfora de la tesis de modernidad líquida que plantea el filósofo Zigmunt Bauman para definir la precariedad de nuestros tiempos y el ansia por un cambio continuo.

Orden o felicidad: ¡Elige, burócrata!

Héctor, asesor del Alcalde en marketing y empleado municipal, está dando la batalla para que la agenda pública construya para Guayaquil una imagen de la capital ficcional del Ecuador: ciudad que premie la obra literaria, la pieza musical y congregue al mundo a festivales artísticos. Héctor se siente como “un ladrillo celeste y blanco” en la enorme masa que acompaña al Alcalde: “parezco un rompecabezas esparcido en el piso, un títere de barro”, dice. Frente a los desafíos de la campaña electoral que se avecina por la reelección del Alcalde, esta es la apuesta de “un loco soñador”.

Héctor sueña con transformar al marginal barrio Isla Trinitaria en una Venecia donde exhibir lo mejor del cine: “Hace algunos años leí ahí algunos cuentos míos, y toda la gente terminó estallando de la risa”. El Alcalde lo baja de las nubes recordándole que a la gente de la Trinitaria le importa comer, trabajar, agua segura y luz. Varios elementos darán al lector la impresión de que el personaje de El Alcalde tiene asidero en la realidad. Andrés Emilio León ha escrito antes otro cuento que recupera, con humor y suspicacia, su opinión y crítica al sistema.

¿Cómo vengar el desacuerdo y la decepción en las calles? ¿Cómo mostrar la réplica contra el despilfarro en lugar de la inversión en las artes y la cultura? Héctor se imagina a sí mismo llevando a cabo un acto terrorista: “Más de cinco mil aviones de papel repletos con poesía de Medardo Ángel Silva”. Yo, como lector, completo la escena e imagino esa lluvia blanca cayendo en picada sobre la Avenida 9 de Octubre, sobre el Guasmo, sobre Flor de Bastión. Lluvia que aguijonea la escultura de las manos de aluminio instalada en la avenida De las Américas y valorada en 720 000 dólares.

Poética del lector urbano

Cada capítulo en Descartable se escribió de forma breve y con cierre, de manera que los 51 capítulos pueden leerse con autonomía e incluso, haciendo el juego de la rayuela, brincando de uno a otro. Son 323 páginas que ficcionan a Guayaquil desde el reconocimiento a los Otros escritores, músicos, pintores y cineastas que ha conocido Andrés Emilio León como autor y compositor. La lista es larga: Murakami, Borges, Cortázar, Morelli, Benedetti, Dolina hasta Joaquín Gallegos Lara, Ernesto Carrión, Sandra Araya, Esteban Mayorga, Leonardo Valencia, Eduardo Varas, entre otros.

Un exquisito disfrute de los hallazgos en las vivencias levanta recorridos en rutas que nos llevan desde el bar Diva Nicotina al Cristóbal Bolón, en Guayaquil. Dice Héctor: “La guitarra se me mete por los oídos como telaraña y solo siento tarántulas que caminan por mi cerebro”. La música es el gran vehículo de velocidad que permite que fluya el palpitar porteño: Los Pescados, Stones, George Ezra, Luis Miguel, Pedro Guerra, Ricardo Pita, Niñosaurios, Ultratumba, Trifulka o Mamá Soy Demente, Tripulación de Osos, Mundos o Alkaloides, Los Corrientes, Lucho Rueda, Feroz Tren Expreso, Ricardo Pita, Cuervos, Charly García, Spinetta, Emmanuel, Metallica, Sepultura, Blind Melon, Cabrera son algunas pistas del playlist de esta historia.

Confiesa el autor que escribe desde los 20 años, que como lector empezó leyendo poesía, luego cuentos, y que no era un lector de novelas. Su estadía en Argentina lo acercó a la literatura de Alejandro Dolina, de quien asegura: “le pasa lo mismo que a mí. No hacemos ficción. Escribimos lo que vemos”. Su explicación precisa: “Yo soy muy malo extrañando. Soy muy bueno añorando. Para mí, mi patria principal es mi familia y es lo que más me acercaba a Guayaquil”.

Andrés Emilio León vive paralelamente un proceso solitario como escritor y de gran interacción siendo músico. Por eso, el lector de Descartable tendrá la sensación de que la banda sonora le rodea los hombros y cae como el horizonte en “colores turquesas, pero se siente solitario, incorrecto.” Así se ha sentido por largo tiempo Héctor, escritor de un manuscrito eterno.

Fin del manuscrito y reconocimiento del autor

La escena donde Alegría se viste con las pocas hojas secas que le quedan al manuscrito, que se ofrendan a la musa frente al mar, podría representar la catarsis final del protagonista. Héctor, el polizonte de la esperanza, se pronuncia: “Alegría, este libro es tuyo… vas a palpar página por página de lo que estoy hecho; esta mezcla de furia, desastre y frustración, con todo eso hermoso que también hay, eso que alientas, fortaleces hasta volverse un libro honesto, lleno de belleza imperfecta, lleno de miedo”.

Escrita entre 2012 y 2015, Descartable era hasta su publicación una obra inédita de un novelista ecuatoriano inédito. En Descartable, Andrés Emilio León plantea sus principales dudas sobre la felicidad de un escritor cuando se decide a serlo. La muerte de su maestro, Miguel Donoso Pareja, en 2015, motivó a León a retomar y finalizar el manuscrito tal y como le ocurre al protagonista. En acto ritual y definitivo, Héctor se emancipa de su esposa (orden estructural) y se entrega como un libro para ser leído frente al mar, y alcanza con ello el disfrute de su propio vuelo en la fantasía de sus compañeras.

La vocación del narrador, Andrés Emilio León, transita entre la música y la pintura de los cuerpos que encuentran voz, ideas de absoluto goce y palabras. Héctor evoca la lejanía de El Extranjero por excelencia cuando en la pluma de Albert Camus dice: “Lo que interesa es la posibilidad de evasión, un salto fuera del rito implacable, una loca carrera que ofrece todas las posibilidades de esperanza”. El desencanto de Héctor corre paralelo al río, en una Guayaquil deshonrada por la banalidad de la política municipal: obras y propaganda para las masas populares ansiosas de prosperidad.

Ernest Hemingway, escritor estadounidense, decía que todas las historias que continúan lo suficiente terminan en la muerte. Descartable marca la muerte del manuscrito de Héctor –aspirante a narrador– y la de Andrés Emilio León en la escena literaria local, trayendo consecuentemente la reafirmación de su nacimiento como creador frente al mar. Esta es, quizá, la metáfora universal de la sed sin saciar. Pero León ha llegado para quedarse