Por Isabel Jervis / @Isijervis

La otra cara del problema

Los celos del agresor y el silencio de las víctimas son dos de los factores más comunes en los casos de femicidio

Los celos: las historias de Laura, Jhoanna, Angie y Carolina

Laura (nombre ficticio) llevaba cinco años de casada cuando su marido la golpeó por primera vez. Había una fiesta en el segundo piso de la casa pero nadie escuchó nada. Él la arrojó contra el piso y ella se golpeó contra un mueble, y sus hijos estaban en la habitación.

Después de eso empezaron los celos: “Yo no podía hablar con nadie porque él siempre pensaba que yo estaba con otra persona”. Su marido empezó a revisarle el teléfono e incluso llegó a amenazar con suicidarse si ella lo dejaba por alguien más. También trataba de controlar cómo se vestía. “Pareces prostituta, me decía”, cuenta Laura.

Jhoanna Cifuentes fue víctima de femicidio en 2006. Su agresor –un hombre mayor a ella– había sido su novio durante año y medio hasta que Jhoanna decidió ponerle fin a la relación al enterarse de que era un hombre casado. También ella fue objeto de los celos de su pareja.

Ni Jhoanna ni su familia supieron reconocer las señales de alerta del peligro que ella corría. Jhoanna cambiaba constantemente de trabajo porque su agresor iba a hacer escenas de celos si ella no volvía con él. También cambió de celular en varias ocasiones porque él le quitaba sus teléfonos para revisarlos.

Las mujeres “confundimos el hecho de que nos anden celando, el hecho de que nos prohíban cosas, de que quieran controlarnos nuestra manera de vestirnos… confundimos que esa era una manera de amar”, nos comentó Slendy Cifuentes, hermana de la víctima.

A Angie Carrillo su asesino también la mató por celos. “Era su mejor amigo y ella confiaba en él”, nos contó Linda Carrillo, su hermana.

Angie tenía 19 años cuando desapareció, en 2014. Había viajado desde Riobamba a Quito. Su asesino la recogió de la terminal de buses de Carcelén. La relación de Angie –cuenta su hermana– se había vuelto sofocante y por eso ella ya la había roto un mes antes de su desaparición. Desde entonces fue que empezó el calvario para su familia.

Casos como el de Laura, Jhoanna y Angie son los más comunes. Un 82% de los femicidios registrados en 2016 fueron clasificados como femicidio íntimo, es decir, femicidio perpetrado por un agresor que mantenía una relación sentimental con la víctima. Osea que era su pareja, expareja, esposo, etcétera.

Los celos son el motivo más común para cometer un femicidio en Ecuador. Entre 2015 y 2016, los celos fueron el móvil de  6 de cada 10 casos, según cifras del Consejo Nacional de la Judicatura. Esto incluye ruptura de la relación de pareja, celos de una nueva relación de la víctima o celos dentro de la pareja, como en casos en que la mujer tenga amigos del sexo opuesto.

El mayor Byron Líger, activo de la Policía y director del proyecto contra la violencia intrafamiliar Rescate 3-03, enumera tres causas para el femicidio en el contexto de la violencia intrafamliar: el factor económico, la adicción a sustancias y los celos.
Según Líger, el factor económico obliga a ambos padres de familia a trabajar, lo que crea descuido de hogar, competitividad e incluso infidelidades: «Cuando una mujer sale de su casa y conoce a alguien en el trabajo”. Aunque, según reconoce, muchas veces los celos que llevan a la violencia son infundados. En 7 de cada 10 casos, según cifras de la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos, el móvil del femicidio son los celos. Cuando el motivo de la violencia son los celos, Líger señala que la separación no es la solución, pues, “la mayoría de los casos de femicidio no son de parejas que están viviendo juntas, sino de exparejas que no se meten en la cabeza verle con otras personas”.
Por último, sustancias como el alcohol o las drogas se convierten eventualmente en disparadores de la violencia.

El silencio, cómplice del femicidio

El maltrato que Laura recibía de su marido ocurría siempre por las noches. En tres ocasiones trató de estrangularla. Una noche, tomó un cuchillo de la cocina e intentó apuñalarla entre las costillas. El asesinato con un arma cortopunzante es el método más común de femicidio, y le sigue la asfixia por estrangulamiento, según estadísticas de la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos.

El padre de Laura, quien vivía en la casa de al lado, acudió asustado por los gritos de su hija. Pero ella prefirió no decirle nada.​

«Yo siempre estaba calladita, no le decía nada a nadie». Laura pensaba que nadie le creería porque todos tenían a su marido por una persona muy simpática. Además, su padre estaba enfermo y ella no quería causarle más preocupaciones.

​Jhoanna murió con 21 puñaladas. Su agresor la había golpeado antes de la noche en que la asesinó, pero ella no dijo nada. Llegó con moretones en las piernas en dos o tres ocasiones –recuerda su hermana– pero dijo que le habían asaltado o que se había caído.

Hace tres meses falleció Carolina Andrade, con apenas 15 años. «Abusaron de ella, la maltrataron, la golpearon y dejaron su cuerpo en un lote baldío», nos contó su hermana Jessica. Su familia sospecha del mejor amigo de la joven, quien estaría vinculado con un grupo delictivo.​

Tras la muerte de Carolina, su familia se enteró de que su agresor había abusado de ella en otras ocasiones. No era la única. Varias mujeres habrían sido víctimas de abuso por parte de ese grupo.​

Pero, por temor a represalias, ninguna de las víctimas se ha atrevido a denunciar su caso. «Las mujeres tienen miedo por sí mismas y, más que todo, las madres de familia, porque tienen miedo por las hijas que tienen», asegura Jessica.

En mayo de 2016 –dos años más tarde de su desaparición– la Policía y la Fiscalía hallaron los restos de Angie Carrillo. Sus familiares y autoridades habían presionado a su antiguo novio hasta que, finalmente, “confesó que él lo había hecho, cómo lo había hecho y dónde la había dejado”.

Angie murió por los golpes que su agresor le propinó. Estaba embarazada de seis semanas, algo que, al enterarse, desató la violencia de su asesino. “No puedo creer que un ser humano le haga eso a otro ser humano”, exclamó entre sollozos Linda.

El asesino de Angie recibió una condena de  34 años y 8 meses bajo el cargo de femicidio con agravantes, en abril de 2017; pero en junio del mismo año la pena se conmutó a 25 años por asesinato, debido a que, cuando se cometió el crimen, todavía no estaba vigente el nuevo Código Orgánico Integral Penal (COIP).

Aunque la Policía detiene al agresor cuando se lo encuentra en un acto violento y monitorea a las familias donde se han registrado agresiones sistemáticas, Byron Líger explica que muchas veces las mujeres eligen no poner la denuncia contra el agresor en la Fiscalía. «Es muy común, por el tema de la afectividad, que la mujer se arrepienta». Además, “a estas familias no es que les gusta mucho que la Policía esté yendo”. Para Líger, el hecho de que la mujer se arrepienta de haber solicitado ayuda de la Policía demuestra que estas familias viven en un ciclo de violencia que va de la reconciliación a la pelea constantemente, «pero a veces esa violencia sobrepasa los niveles y se genera el femicidio”.

Para el mayor de Policía, la manera de reducir las cifras de femicidio en el país es combatir este ciclo de violencia y sus causas. “Lo que en verdad falta es tratar las causas, y esas causas no tienen nada que ver con la Ley, le aseguro”, dice. El programa de prevención de violencia intrafamiliar que dirige se enfoca en trabajar con las familias, especialmente con enfoque en el agresor, desde la sensibilización, prevención e intervención.

“Trabajar con esos patrones de violencia no se lo hace desde la Fiscalía –reitera–, se lo hace de otra manera, tocando el corazón de la gente”.

Cuatro finales, cuatro caminos

Laura finalmente obtuvo una boleta de auxilio y puso demandas de maltrato físico y pensión alimenticia contra su marido, después de que él la agrediera en su lugar de trabajo. Se siente «un poquito más tranquila, pero sí me da miedo que un día se aparezca por ahí», confiesa.

Diez años y seis fiscales más tarde, el asesino de Jhoanna recibió una condena de 25 años de prisión en 2016 por el cargo de asesinato. Estaba escondido en Caracas, hasta que Slendy logró identificarlo a través de su cuenta de Facebook.

Pese a que han recibido amenazas, la familia de Carolina puso la denuncia por femicidio en Fiscalía, y esperan resolver el caso por la vía legal. Están recibiendo medidas de protección.

La muerte de Angie motivó a su familia a luchar «por ella y por todas las mujeres que fueron violadas, asesinadas y ya no están con nosotros», recalca Linda, quien fue una de las asistentes a la marcha ‘Vivas nos queremos’, el 24 de noviembre de 2018, y también a la del pasado lunes 21 de enero, en Quito, para exigir el fin de la impunidad y los delitos de violencia contra la mujer: «Es un dolor que te marca, que te sigue a cada instante».

El mensaje de Linda es que las mujeres deben entender que «no es nuestra culpa que nos asesinen, que nos violen, porque nosotras somos mujeres y somos seres humanos”.


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