Por Adolfo Macías Huerta / @adolfomacias
Una hermosa galería de insultos
Un evento colectivo como el que vivimos durante el levantamiento popular que unió a diversos sectores de nuestra sociedad es impactante, genera emociones y rompe la uniformidad de nuestras vidas cotidianas. Nos deja sin respuesta conocida. Unas emociones paren a otras, en sucesión: incertidumbre, miedo, rabia, más miedo y más rabia, más caos e incertidumbre… ¡A una escala nunca antes vista! Repentinamente, necesitamos hablar de lo que nos pasa y buscamos interlocutores en casa, en las calles, en los teléfonos o, finalmente, en las redes sociales, donde el mensaje sale disparado en direcciones impremeditadas y nos expone a la incomprensión, el desprecio y las trincheras grupales. La guerra de piedras y gases se vuelve una guerra en el interior de la mente… Es entonces cuando aparecen los insultos que nos clasifican:
Intelectualoide progre, Intelectualoide enloquecido, pseudoecologista, acomplejado, blanquito facho, conspiranoide académico, longo de mierda, indio analfabeto, indio machista, indio vago, indio malandro, feminazi, banquero ladrón, mono ratero, comunista retardado, comunista resentido, fascista, periodista corrupto, chapa asesino, milico, lamebotas, buenoide, inútil, florinda, chico nutella, fachito light, burro, ministro, pseudointelectual, facho de izquierda, vándalo, zángano, desadaptado, tirapiedras, chino, blandito, arribista, chairo, burro, cretino de mierda, hijo de chapa, chapa hijo de puta, descerebrado reaccionario de izquierda, gentuza irracional, sátrapa, tonto útil, milenial progre, pachamamista romántico, violento, neoliberal, encapuchado, infiltrado sin cerebro, facho de closet, progre arrepentido, aniñado resentido, comunistoide…
En los comentarios de Twitter o Facebook, estos insultos van acompañados, muchas veces, por razonamientos que recurren a un lenguaje parcialmente objetivo: señalan hacia el mundo y discuten con argumentos en los que la subjetividad del que emite el mensaje (sus propias necesidades, sus propios miedos y expectativas) son omitidos. Este “lenguaje operativo” es generalizador y prejuiciado. Oculta emocionalidad reactiva y trata de legitimarse en la razón. Tú sacas tus datos, yo saco los míos. Cada quien tiene sus cifras, cada quien tiene sus ejemplos, sus pequeñas objetividades.
Es así como surge el discurso de trinchera.
El discurso de trinchera
El discurso de trinchera segmenta la sociedad y crea una torre de Babel en la que el diálogo se torna casi imposible, pues la mutua descalificación vuelve a los participantes del encuentro seres reactivos y autorrepetitivos. Es un lenguaje de sordos, que solo confirma al que emite el mensaje a través del reflejo provisto por sus repetidores, cuyos mensajes simpatizantes lo fortalecen. Una ética virtual del cargamontón. Poco a poco, el lenguaje pierde transparencia humana y trata de imponer una visión del mundo parcializada, llena de epítetos y discursos acartonados:
“Mientras Dávalos e Iza desenmascaran a los asesinos que nos gobiernan, ayer en Teleamazonas genuflexos intelectuales y dirigentes que responden a esa ‘izquierda ligth‘ coincidían en todo con representantes de las cámaras de comercio y con pensadores que responden a la derecha tradicional y elitista quiteña. Una vergüenza que Salvador Quishpe siga diciendo responder al movimiento indígena, que junto a la Socióloga Natalia Sierra, en el programa de Carrión se olvidaron pronto de los muertos, de lxs compañerxs heridos, detenidos y perseguidos. Se nota que solo buscan resignificarse con los sectores que dicen combatir. Aplaudiéndose unos a otros todos funcionales a esta democracia liberal burguesa. Cínica y arbitrariamente exponen sus interpretaciones tratando de adueñarse de un proceso de lucha y de jornadas combativas que les son ajenas, mostrando sin duda esa pretensión llena de complejos para ser aceptados por sectores medios que son en definitiva al único lugar que puede llegar ese mensaje tibio y ambiguo”. (Ni conquistadores ni genocidas, Facebook)
¿Qué es lo que le falta al discurso de trinchera? Empatía. Ningún diálogo puede funcionar sin ella. Desde el mismo día en que nacemos, nuestras heridas emocionales más profundas se relacionan con actos, palabras y gestos de nuestros cuidadores donde faltó ese ingrediente. Decir que hay un Otro que no merece ninguna empatía y debe ser eliminado en nombre del bienestar colectivo es precisamente un gran peligro, como el escritor checo Milán Kundera denunció en varias de sus aterradoras novelas. Páginas maravillosamente bien escritas, con vívidas descripciones que muestran a un pueblo triunfante, marchando de la mano de una policía secreta que empieza a cobrar víctimas entre los así declarados “enemigos del pueblo”. Exactamente lo mismo que en las marchas a favor del orden, donde una clase social más adinerada ve en los otros a menesterosos y peligrosos comunistas.
En un maravilloso libro de ensayos titulado Psicología de la maldad, numerosos especialistas en psicología social de todo el mundo colaboran con sus teorías e investigaciones recientes sobre la forma en que se crean los movimientos sociales o los discursos que justifican la muerte de otro grupo social o su exclusión violenta a través del hambre, la invisibilización o la pobreza. Todos llegan a una misma conclusión: la gente que hace estas cosas aísla semánticamente a los otros mediante epítetos, para poder ignorar su sufrimiento. Es imposible para los miembros ordinarios de nuestra especie, nos afirman estos autores, hacer daño a sabiendas a otro ser humano. Primero debemos deshumanizarlo a través de nuestros procesos de simbolización, descalificarlo, ponerle un mote, insultarlo y mostrarlo a los demás (pero sobre todo a nosotros mismos) como dotado de una humanidad inferior. Ecce homo.
Es así como aparecen estos “socialistoides”, “intelectualoides vendidos”, “indios vagos”, “fachitos de clóset” y “feminazis obtusas” de nuestros mensajes.
El interior de quien insulta
Estudiar, formar tu sensibilidad y ser capaz de empatía con el otro-otro son recursos imprescindibles para un buen pensamiento social y un buen periodismo. Esto necesita de cierto desarrollo personal. Un intelectual sin desarrollo personal, bondad y capacidad de empatía, no puede aprehender la realidad desde la totalidad de su cuerpo-mente-emoción. Sus mensajes solo caen en su mismo cesto.
Es posible pegarle un tiro a un comunista o a un chapa o a un fascista, pero no al Miguel o a la Juanita.
Entonces saca datos para discutir, datos para apalear, datos desprovistos de humanidad. Este pensamiento frío (cortante como los insultos que lo acompañan) es precisamente reconocido como un rasgo de neuroticismo en la Psicología Relacional de Winnicott y sus seguidores. Un pensamiento meramente crítico, pero no empático, carece de apertura hacia las necesidades y sentimientos del otro. Y si el otro no me da crédito o no logro convencer al auditorio real o imaginario que me rodea, las cosas se complican aún más. La intolerancia mutua desencadena el odio o el resentimiento. Es entonces cuando sacamos el tolete, el insulto o el discurso de trinchera para eliminarlo.
El arte de herir en lo profundo a los extraños
En las redes sociales, los discursos descalificadores buscan suscitar en el otro tres reacciones emocionales conocidas: miedo, culpa y vergüenza. También buscan desprestigiarlo con su entorno virtual de conocidos, creando a su alrededor un vacío de aceptación que les haga claudicar o callarse. Una guerra en la mente, en la que las ideas dejan de ser solo eso (ideas e interpretaciones parciales de la realidad) y se vuelven banderas, certezas en cuyo nombre se puede y se debe lapidar a otro ser humano.
Un buen ejemplo de esta unión de descalificación y datos es el siguiente:
“10 dias de parálisis son una masacre. Se vienen más empleos perdidos por clientes (externos por ejemplo) perdidos y producción destruida. Hasta el poder podían haberse tomado (edificios y zonas clave de la ciudad); es simplemente indolente (ausencia de compasión) y estúpido (ausencia de sabiduría) impedir al resto trabajar. Al resto que también necesita dar de comer a sus familias…”
Los discursos de este tenor vienen de todos lados, creando enemistades y desintegrando el tejido socioafectivo que es la base del buen vivir.
Desde Guayaquil, en grandes letras y sobre un rectángulo colorido, otra persona afirma:
“A los indios Correa les dio palo y los metió presos… Lenin les devolvió la sede en Quito y hoy le hacen paro. INDIO es INDIO”
¿Cabe mayor insulto que insultar a alguien por su condición? ¿Mujer es mujer? ¿Hombre es hombre? Entonces, claro: “Indio es indio”. La tautología como método de descalificación social tiene historia, y se basa en la suposición de que hay un sobreentendido que se comparte con los que nos escuchan, como diciendo: “Ya sabemos cómo son estos”. En muchos casos, se trata de una broma basada en un cliché (las mujeres joden, los hombres son borrachos, los políticos son mentirosos profesionales, etcétera). Y el cliché deja que nuestra imaginación de clase media urbana (en este caso guayaquileña) vuele hacia nuestro diccionario mental y escupa significados implícitos como Indio: persona sin educación, vaga, malagradecida, ladina o traidora (Sí: sobre los indios se ha dicho durante siglos lo mismo que se decía en Europa sobre los gitanos).
Pero así como el otro es otro y me amenaza, yo soy yo y pertenezco a un grupo unido por lazos de valor que, al sentirse amenazado, me impulsa a reaccionar de manera defensiva, cavando aún más la trinchera que me separa del otro grupo. El método consiste muchas veces en afirmarse a sí mismo como dueño de unas cualidades que los del otro grupo no tienen o no desean cultivar. Una persona en Facebook afirma:
“La desigualdad existe porque hay gente más talentosa que otra, más trabajadora, más ahorradora, más creativa y más empeñada en forjarse su destino; menos envidiosa, menos perezosa y menos preocupada en culpar de su fracaso a los demás. ¿ENTENDIÓ?”
Y luego, para demostrar que no es racista, la misma persona afirma:
“Yo conozco a varios otavaleños en una rotunda mejor situación económica que yo. Sus hijos, seguramente, nacerán en un sector más aventajado (claro, si es que deciden hacerlo con educación)”.
Esta salida concilitatoria muestra que una persona que defiende su modo de existencia (como todos), reacciona con molestia a las cosas que no entiende y que la asustan (como todos), pero necesita al mismo tiempo reconstruir una sensación de totalidad con el mundo que la rodea (como todos). Se trata de lo que algunos psicólogos intersubjetivos consideran el impulso básico del ser humano: el impulso relacional.
Si el impulso relacional se ejerce dentro del cerco de valoración mutua de quienes compartimos una misma visión de la realidad y unas mismas preocupaciones, crearemos un grupo de opositores a los que reduciremos a tzantzas mentales, despojándolos de humanidad tangible. De un lado los “milicos lameculos” del otro los “revoltosos comunistoides y los antisociales”. “Socialismo” versus “Neoliberalismo” en las trincheras intelectuales. La población ordinaria, agobiada una rutina de supervivencia, queda invisibilizada por este combate de opuestos.
Jugando esos juegos de la mente
En su maravilloso tema Mind games, John Lennon canta:
We’re playing those mind games together
Pushing the barriers, planting seeds
Playing the mind guerrilla
Chanting the Mantra peace on earth
We all been playing those mind games forever
(Estamos jugando esos juegos de la mente juntos. Empujando barreras, plantando semillas, jugando a la guerrilla mental. Cantando el mantra de la paz en la tierra. Jugando todos esos juegos de la mente por siempre).
Y es precisamente de esa mente-guerrilla (esquemática y excluyente) que necesitamos sanarnos.
Estimado Adolfo: sabes que andaba buscando y buscando entre todas estas nuevas publicaciones virtuales que ahora se acostumbran y en los editoriales de la prensa escrita y de radio, pero no encontraba algo que me describiera tan claramente lo que estoy viviendo y lo que veo que vive la sociedad ecuatoriana en estos momentos. Me ha parecida tan clara tu explicación (a manera de una psicología de masas) y tan amable, tan dulce, tan humana. Nos haces ver, casi con ternura de lo que somos capaces y de esos mounstros que llevamos dentro y que no salen, justo en los peores momentos, los de crisis. Para mi ha sido un bálsamo. Lo he leído y vuelto a leer. Me lo llevo puesto para poder seguir trabajando…luchando…por un país y un Mundo mejor. Saludos.
Saludos, Rosana. Sí, creo al menos desde mi oficio, como psicoterapeuta, que es importante zafar de las convicciones ciegas y las creencias a priori que nos llevan a recortar lo que percibimos e interpretar los mensajes de otros en función de si nos confirman o desconfirman, poniendo a unos de amigos y otros de enemigos. Con todo es difícil verse a uno mismo, reírse de uno mismo.