El país que no amaba a las mujeres

Por Rocío Carpio* / @marocape

«Yo estoy feliz de pertenecer a mi Ecuador querido en donde tenemos valores y moral que me enorgullecen». La frase, lapidaria, absolutista, con la que un hombre se autodeposita en una superioridad moral desde la que pretende desacreditar a una mujer por considerarla «fácil». La frase, tan coyuntural, tan apropiada, tan nosotros, los que nos criamos con valores. Quienes vivimos nuestra sexualidad con valores. Valores. Puro sabor nacional. La mujer, la fácil, la inmoral, es la madre de su hijo, una ciudadana francesa que vino al país en febrero pasado para que el pequeño de dos años visitase a su padre, aquel, el de la superioridad moral.

Lo que para muchos puede sonar a trapos sucios que se deben lavar en casa, toma un giro distinto cuando la madre denuncia a la opinión pública que su ex pareja se llevó al niño de paseo el pasado 7 de marzo y jamás lo devolvió. Ambos se habían separado tiempo atrás, ella vivía con el pequeño en Francia y él en Ecuador. No importan los pormenores ni la dimensión privada de este asunto. En primera instancia, lo que interesa es la sucesión de hechos -a partir del día en que el niño desaparece con su padre- que hicieron que se le negaran los derechos a una madre y que como mujer fuera lapidada públicamente. Un tipo de condena social basado en una visión machista y misógina de la que hablaré más adelante.

Este artículo no pretende ser una investigación periodística sobre los detalles legales de este caso -está claro que se cometieron varias irregularidades de procedimiento y por ello el juez que llevaba la causa y dictó sentencia fue destituido-, sino exponer la caza de brujas con la que una sociedad, amparada en un aparato de justicia viciado y una «moral colectiva» hipócrita y prejuiciosa, puede arrinconar a una mujer y ejercer sobre ella una de las formas más terribles de violencia simbólica: el desprestigio público.

A Arianaïs Alezra se le quitó la custodia de su hijo violando su derecho a la legítima defensa. Nunca se le notificó de audiencia alguna ni pudo participar con su abogado el día en que le notificaron que la custodia temporal del niño se la otorgaban a los abuelos paternos. El fallo del juez se emitió una semana después de que Andrés Bruzzone, su ex pareja y padre de su hijo, interpusiera una medida de protección ante el juez José Ricardo Chiriboga. En una semana, Alezra perdió la custodia de su hijo por arte de magia y malas prácticas del derecho. La demanda de recuperación del menor que ella había solicitado a la jueza Cruz Muguerza León quedaba inhabilitada. Se revocaba la prohibición de salida del padre del menor y de los abuelos.

Frente al estado de indefensión y angustia en el que claramente se debió encontrar, Arianaïs Alezra empezó una campaña por redes sociales para intentar dar con el paradero de su hijo y a la vez conseguir que la justicia sea justa. Sus testimonios y versiones de los hechos son equilibradas: en ningún momento ataca al padre del niño ni lo descalifica moralmente, sin embargo, ella recibe lo contrario. Una campaña de desprestigio en su contra responde al eco de una parte de la opinión pública que pide la versión del padre, pues aún muchos no pueden creer que una persona acuse a la madre de poner en peligro la integridad de su hijo porque sí.

Sin embargo, la esperada versión del padre se pone en evidencia por sí misma. Y se vuelve más virulenta cuando el juez Chiriboga es destituido y la nueva jueza posesionada ordena que se devuelva el niño a su madre. Bruzzone no solo que no regresa al pequeño, sino que expone un humillante testimonio sobre Alezra, en el que demuestra un obvio sinsentido al acusarla, por ejemplo, al calificarla de «fácil» (y pese a ello haber tenido una relación de pareja y un hijo con ella), ampararse en el masculino acto de cegarse al momento de tener una relación sexual y no preocuparse del «currículum de la mujer», y para completar, entregar la responsabilidad completa del embarazo a ella, como si la mujer fuese la única obligada a «cuidarse». El resto del texto es una absurda colección de prejuicios machistas y misóginos, plagados de una moralina disfrazada de ética, en los que hace gala de una autoridad moral claramente tergiversada. Las pruebas que ofrece a todas sus aseveraciones (y que las sube a la web que ha creado para «salvar» a su hijo) no prueban absolutamente nada y terminan de sepultar cualquier duda junto con sus supuestos altos valores. No merece la pena ni siquiera mencionarlas, pues solo buscan denigrar a la madre. Y aquí empieza lo desolador. Esta persona no es más que el reflejo de la sociedad en la que vivimos, de los valores que pregonamos. Él no será el primero ni el último en descalificar moralmente a una mujer y exponerla al ojo público para desprestigiarla. Una sociedad que tolera este tipo de violencia en contra de una mujer y que acepta culturalmente que se puede medir la calidad humana de una persona desde la vara moralista y prejuiciosa, es una sociedad que involuciona. Un país que por decreto debe practicar valores que resucitan estereotipos caducos sobre el amor y la sexualidad, estereotipos que refuerzan un sistema patriarcal que castiga y estigmatiza a la mujer, es un país que no progresa. Porque el progreso no debería medirse por indicadores económicos, sino por la capacidad de romper paradigmas de pensamiento que nos impulsen a crecer como seres humanos.

Hoy, que la discusión pública sobre sexualidad y planificación familiar se centra en la difusión de valores venidos de la doctrina cristiana; hoy, que gracias al Plan Familia y a la imposición de una moral única venida desde el Gobierno, podemos entender perfectamente que este retroceso de pensamiento y de derechos colectivos dé como resultado la reivindicación de una idiosincrasia dañina que ha costado décadas erradicar, o al menos, cambiar en algo. Hoy, gracias a ello, es que cualquiera puede ampararse en la idea de que somos un país de valores y moral, y cometer actos como este, pues si desde arriba lo dicen, estamos entonces en lo correcto. Aún no se ha entendido lo peligroso que puede resultar afincar verdades desde el discurso oficial.

Si la justicia funciona en este país, Arianaïs podrá recuperar a su hijo, pero, ¿podremos salir nosotros de este escollo de valores distorsionados en el que nos encontramos?


*La organización Human Rights for All expone detalles del caso en el siguiente boletín.

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*Rocío Carpio es comunicadora, periodista, articulista, escritora. Ha colaborado en varios medios audiovisuales y escritos del Ecuador, desde el periodismo cultural y ciudadano. Defensora de los derechos individuales, las libertades civiles y la soberanía individual.