Dirigida por el ecuatoriano Xavier Chávez, la cinta narra la historia de un hombre en duelo y su vínculo con un gato callejero. Jaime Bonelli, en su última aparición pública antes de su partida, en 2024, protagoniza la cinta junto a Rebeca, una gata rescatada que fue entrenada para el papel.
El filme, que explora el abandono, la soledad y la ternura en la vejez, está en cartelera desde este 6 de noviembre, en salas de todo el país: Multicines, Supercines, Cineplex, Ocho y Medio y Sala Sur.
Detengámonos un momento a pensar en todos los adultos mayores que alguna vez acompañamos. Los abuelos, la señora de la tienda que te ha visto crecer, el señor del Uber que te cuenta que ya tiene dos nietos, los viejitos sentados en las puertas de sus casas, tomando el sol. Los que esperan afuera del IESS con una carpeta en las manos. Pensemos en todos y preguntémonos cuánto de abandono, de alegría, de cansancio y de sinceridad esconden sus arrugas. El dolor de ser olvidados. El cansancio de estar solos. La alegría, a veces, de quien ya no teme decir lo que piensa porque ese es uno de los beneficios ganados con la edad.
Eso es lo que empecé a pensar cuando hablé con Xavier Chávez y Natalia Bustamante sobre Viejos Malditos, una película que nace del duelo, pero que termina hablando de la vida. “La película nace de una necesidad, porque teníamos un luto”, cuenta Xavier, director y guionista del largometraje. En 2015, él perdió a su abuela y su esposa y productora, Ivonne Campoverde, poco tiempo después atravesó un duelo similar. “No habla de una historia real acerca de nuestros abuelitos pero sí es un homenaje al adulto mayor”, dice.
La historia parte de preguntarse qué pasa con las personas mayores cuando la vida les reduce y la sociedad los arrincona. En el filme, esta pregunta se desarrollará de la mano de Elías, interpretado por el actor Jaime Bonelli en su última aparición antes de su fallecimiento, en 2024. Elías atraviesa el duelo por la pérdida de su esposa, rodeado de un entorno que parece olvidarlo: el hijo que quiere vender la casa, la soledad que se instala como un huésped. Y un gato callejero que irrumpe para desordenarlo todo.
Ese gato no es un gato sin relevancia. Es Rebeca, una gatita rescatada de una alcantarilla en Manta, trasladada a un refugio en Amaguaña y entrenada para convertirse en Simón, coprotagonista de la película. “Nunca se ha hecho una película en Latinoamérica con un gato como coprotagonista, y entrenarlos es una misión imposible: ellos son los que nos dominan”, cuenta Natalia Bustamante, quien interpreta a una agente inmobiliaria dispuesta a aprovecharse del protagonista. “Pero ver cómo el entrenador trabajaba con ella fue como presenciar una danza. Era hermoso”.


Encontrar a Rebeca fue una cuestión de azar. El gato previsto originalmente iba a llegar desde Argentina, entrenado por Walter Donado, reconocido por su trabajo en Relatos salvajes. Pero la pandemia cerró fronteras y el plan se vino abajo. “Nos quedamos sin gato”, recuerda Xavier. “Entonces, alguien del equipo, que era rescatista, nos llevó a un refugio. Allí estaba Rebeca, con sus tres hijos. Fue perfecto: teníamos a la protagonista y a sus dobles”.
Rebeca y sus tres hijos fueron entrenados por Donado y su equipo de Zoo Films, una agencia especializada en el adiestramiento de animales para cine y televisión. “Cuando veas la película, te vas a dar cuenta de que la actuación de la gata es tan natural que te olvidas de todo lo demás. Simplemente te subes al tren de la historia y no te bajas”.
Xavier y Natalia coinciden en que es uno de los mejores trabajos que dejó Jaime Bonelli, un actor profundamente querido en el mundo del teatro y del cine ecuatoriano. “Él lo dio todo”, dice Xavier. “El guion tenía aproximadamente 110 páginas, y cuando él llegó estaba inflado de todos los subtextos que ponía. A todos los diálogos les daba otra dimensión”. El director relata que, a raíz de la pandemia, el equipo de rodaje vivió en tres casas dentro de un conjunto. Bonelli incluso dormía en la habitación de su personaje, lo que volvió al proceso sumamente inmersivo.
“Fue un privilegio poder verlo en acción. La escena que tengo con él es maravillosa: es graciosa, divertida. Simplemente fue un privilegio y una master class también”, concluye Natalia. El equipo de producción se aseguró de que Bonelli viera la película antes de fallecer, y aunque se lamentan de que no pueda recibir las felicitaciones del público, miran el filme como un último gran legado.
Viejos Malditos es un drama, pero también una comedia negra con algo de terror. “A mí me gusta mucho la escritura, porque al final uno termina siendo el primer espectador, el que primero se va sorprendiendo de las historias que se desarrollan”, dice Xavier, entre risas. El director cuenta que la historia empezó siendo un drama, pero el personaje de Elías, con su humor ácido, la transformó.

En pantalla, esa mezcla de humor y duelo se vuelve casi palpable, coinciden Natalia y Xavier. El filme no busca la compasión, sino el reconocimiento: nombrar los abandonos que causa la sociedad. La película entrelaza dos formas de abandono —el humano y el animal— para recordarnos que el cuidado es un debate urgente y presente.
Cuando este proyecto llegó a sus manos, Natalia atravesaba una situación delicada con su madre, hospitalizada en ese entonces. El rodaje la ayudó a sobrellevar esa cotidianidad tan demandante, pero también la llevó a cuestionarse. “Cuestionarme sobre mi vida, sobre mis padres y lo que va a pasar cuando sean mayores; cómo voy a poder estar para ellos y qué no quiero que pase”, explica. “La película es conmovedora… un llamado de atención”.
¿Qué cambió en ti al terminar la película? le pregunto a Xavier, para concluir la entrevista. Que el duelo se ha transformado, me responde, que ahora siente orgullo por la historia que lograron contar. “En una proyección, llegaron dos personas adultas mayores. Cuando terminó, preguntaron por el director y se sorprendieron de que yo fuera joven. Me dijeron que lo que acababan de ver era lo que les pasa a ellos, que esa era su historia. Y eso me enriquece, porque pienso que está bien contada, que la contamos de una manera muy sincera”.
Viejos Malditos es eso: una película que no teme mirar de frente la vejez, el abandono y la soledad, pero que también se atreve a reírse de ellos. Jaime Bonelli y Rebeca —Elías y Simón— encarnan dos formas de resistencia: la del cuerpo que envejece y la del animal que sobrevive. En su encuentro, la película encuentra su fuerza: recordarnos que cuidar también es un acto político.


